No es prueba de buena salud el hecho de estar bien integrado en una sociedad profundamente enferma.

Krishnamurti

 

Si tiramos de cronología, hace más de 3000 años la medicina tradicional china  ya narraba que las sensaciones y en general la información que penetraba en nuestro organismo a través de las ventanas de los sentidos era procesada como un alimento energético que al mezclarse con la energía adquirida de los alimentos, la respiración  y con la energía ancestral de la raíz de los riñones formaba el shen, es decir las entidades viscerales o psiquismo: miedo, ira, alegría, obsesión y melancolía, todos ellos muy vinculados a los diferentes órganos del cuerpo. Muy posteriormente,  poco antes de la segunda guerra mundial, fue Wilhem Reich quien se volvió a tropezar con el vector energético, el orgón, y relacionó sus restricciones  con la formación de  la coraza caracterológica.  En 1950 Hans Selye  descubre el síndrome general de adaptación y presenta su obra “El estrés, un estudio sobre la ansiedad”. Posteriormente, en los años 70 del siglo pasado, Henri Laborit expone sus teorías sobre el sistema de inhibición de la acción, que mantenido en el tiempo da origen a todas las enfermedades. En los 90 del siglo XX Michel Odent, obstetra francés,  populariza los beneficios del parto natural y la relación de la forma de nacer y el tipo de sociedad en que vivimos, también postula , coincidiendo con H. Laborit,  que la sumisión es el origen de todas las enfermedades. Por las mismas fechas  algunas polémicas corrientes terapéuticas,  como las del Dr. Hamer, descubren el papel de los conflictos biológicos, propios de nuestra naturaleza animal, en el origen de las patologías. A finales de los 90 y en pleno siglo XXI Robert Sapolsky aporta sus investigaciones sobre el estrés y el papel del los elevados niveles de cortisol en sangre en potenciales patologías de toda índole. Finalmente no podemos dejar de nombrar, también a principios de la primera década del presente siglo,  la gran aportación de Stephan Porges: el descubrimiento del sistema nervioso social o sistema de involucración social, la rama mas moderna, evolutivamente, del sistema vagal. Esta rama social del vagal es la cúspide evolutiva del sistema nervioso vegetativo y nos brinda una nueva oportunidad como especie: salir de la dinámica presa-depredador, todavía vigente en las relaciones de poder y dominación dentro de nuestra sociedad moderna, y abrazar un entorno seguro donde los picos de activación por alerta y peligro sean totalmente extraordinarios y los escenarios prolongados en el tiempo de seguridad y tolerancia nos permita desarrollar nuevas pautas, como especie, de colaboración y apoyo mutuo.

Si hablamos de evolución debemos enfatizar un concepto, la resiliencia, elemento fundamental para entender la superación de obstáculos y retos. La resiliencia es el fundamento de la evolución, crecer ante los retos de la vida,  evaluar y crear nuevas estrategias de supervivencia, hacerte mas fuerte, mas adaptado sin perder tu función. Firmeza y flexibilidad, ese es el temple de la creación.

La resiliencia es la capacidad de adaptarse y superar la adversidad, saliendo fortalecido de ella. La investigación ha demostrado que la resiliencia no es extraordinaria, la gente suele mostrar resiliencia en momentos de gran adversidad, esto no quiere decir que no sufran angustia y dificultades tras un hecho traumático. La resiliencia integra conductas, emociones, pensamientos y acciones concretas que pueden ser aprendidas y desarrolladas por cualquiera. Hay una serie de elementos que influyen en el desarrollo de la resiliencia aunque las investigaciones demuestran que las relaciones de afecto y apoyo dentro y fuera de la familia son decisivas. También son importantes:

La American Psychological Association (A.P.A.) indica estas diez formas de construir resiliencia:

La evolución va abriendo paso a formas emergentes, cada vez más complejas, que anidan durmientes en el seno de la semilla de la vida. En ese corazón, en ese núcleo,  están en potencia todas las formas posibles, desde las más simples a las más complejas, como futuros proyectos a desarrollar. Sobre unidades elementales se construyen posibilidades más sofisticadas que mejoran la adaptabilidad y, a su vez, abren paso a otros horizontes más amplios. De ahí que de los dinosaurios surgieran las aves y los mamíferos, de los mamíferos los simios superiores y de ellos el animal humano y de nosotros/as vete tu a saber. A otro nivel la evolución diseñó primero estrategias de evitación pasiva, después de evitación activa y posteriormente estrategias de involucración social que nos mostraron que no necesariamente el entorno debía de ser peligroso y el resto de habitantes del planeta nuestros enemigos, que no solo había presas y predadores, que eran posible el apoyo mutuo y la solidaridad. Y de ese modo irnos acercando a la cumbre de la creación, trasformarnos en cuidadores de este universo del que formamos parte,  dejando atrás nuestro primitivo papel de meros comensales  en el banquete de la cadena trófica. Ese es nuestro futuro como la forma de vida más compleja, que sepamos, sobre el planeta: velar por la conservación de nuestra casa común y por el bienestar de todas los seres y especialmente de todo/as nuestros semejantes humanos sin excepción.

 

Aunque evolutivamente hemos adquirido la capacidad de relacionarnos armónicamente, de activarnos para el juego, el deporte, la sexualidad o el trabajo en lugar de para luchar o huir por supervivencia, nuestro substrato animal con millones de años de raíz y sus estrategias y conflictos, todavía tienen mucho peso en nuestra conducta. Esta situación hace que la civilización sea tan solo una pátina superficial sostenida por las normas y la moral, y que el sustrato animal  siga moviéndose en lo oculto condicionando nuestras estrategias de vida. Esto no quiere decir que debemos olvidarnos de nuestro tesoro de recursos para la supervivencia, implícitos en ese substrato animal. En absoluto. Se trata de manejar esos recursos, no que ellos nos manejen a nosotros. Para ello debemos integrarlos  en armonía con el resto de capacidades evolutivas que han ido envolviendo nuestros antiguos logros adaptativos, pues lo antiguo es la base de lo nuevo y no es algo inerte sino que sigue vivo y en comunicación con nuestras capas mamíferas y humanas mas recientes. De hecho, estos recursos biológicos para la lucha o la huida,  nos pueden ser de mucha utilidad en algunos momentos de verdadero peligro o alarma que, por desgracia, todavía se pueden dar en nuestra moderna y civilizada sociedad, y  también para actividades placenteras derivadas del disfrute del cuerpo que habitamos.

Prácticamente todos los aspectos que manejan y condicionan nuestras vidas conformando eso que llamamos el “Sistema” (autoridad, poder, jerarquías, competencia, consumo, propiedad, etc…) son elementos anclados en nuestra herencia animal y que perpetúan  la dinámica presa-predador e inseguridad permanente en nuestro día a día: familia, trabajo y sociedad. De este modo la inhibición de la acción y el consiguiente acorazamiento de la personalidad nos llevan a enfermar, a permanecer alienados y a reproducir   per secula seculorum  el “Sistema”.

Autores como el obstetra Michel Odent nos hablan de la importancia de la forma de nacer y de los primeros años de vida para el infante y una futura sociedad no violenta, tolerante, respetuosa con el medio y solidaria. Allan Schore, prestigioso neuropsicólogo, en sus estudios sobre la regulación del afecto da vital importancia a la relación bebe-mama y al proceso de maduración del hemisferio derecho del cerebro, más relacionado  con el lenguaje no verbal y las emociones. Desde Wilhem Reich hasta psicólogos somáticos como Stanley Keleman  nos hablan del acorazamiento de la personalidad y las distorsiones de la forma derivadas de la etapa infantil, sin olvidar al psicólogo John Bowlby y su teoría del apego que deja bien claro la importancia del papel del primer cuidador, la madre,  en la vida anímica del futuro adulto. Toda la información que nos va llegando de las investigaciones de la neurociencia  y del comportamiento apuntan el foco en la gestación, el nacimiento y la infancia para entender nuestra conducta y nuestra capacidad para autorregularnos y vivir en salud física y mental.

Ante la evidente importancia de la gestación, el nacimiento y la crianza en la consecución de un sistema de involucración social hábil y flexible que nos permite adaptarnos adecuadamente a las condiciones del entorno, sin sentirnos agredidos, sometidos, en peligro y vulnerables de forma habitual, debemos priorizar la protección de ese periodo infantil. Facilitar que esa etapa, pilar de nuestra sociedad humana, sea favorecida y apoyada por estamentos y administraciones, educar a madres y padres para que pongan en valor su papel como primeros cuidadores de las futuras generaciones, favorecer leyes que protejan y premien no sólo la infancia sino también  la función del maternaje y el paternaje con incentivos económicos y de tiempo.

No debemos olvidar que a continuación de la crianza está la educación y que hemos de promocionar y proporcionar una educación viva y activa que respete el natural proceso de aprendizaje de los infantes y que apoye la emergencia y desarrollo de las diversas inteligencias que anidan en ellos y ellas para de se modo poder desplegar sus auténticas potencialidades.

En pocas palabras, debemos de dejar de manipular la infancia. Lo hemos hecho de manera inconsciente dejándonos arrastrar por la costumbre y la supuesta tradición, permitiendo que el sistema socio-económico siguiera perpetuándose  al replicar individuos ignorantes de sus posibilidades y programados para  ser útiles servidores y sostén del poder establecido. A ese poder le interesa la alienación, pues la ignorancia de la mayoría les permite seguir manipulando la realidad a su conveniencia y proteger sus intereses económicos, clasistas y cortoplacistas, que han permitido el calentamiento global del planeta, la pobreza del tercer mundo y la creación de bolsas de miseria y delincuencia en la periferia de las ciudades del primer mundo, la esquilmación de los recursos naturales y que, por intereses  puramente economicistas,  hoy apoyan a regímenes poco o nada democráticos que les ofrecen mano de obra dócil y barata y una legalidad muy permisiva con los abusos y poco desarrollada en la defensa de los derechos de los trabajadores, las mujeres, la infancia y el medio ambiente. Estos poderes fácticos, que a pesar de su aparente anonimato tienen nombres y apellidos, lo que quieren son  consumidores  obedientes y productivos, para ello el adiestramiento de esa mano de obra debe comenzar en la infancia.

Nuestra devoción pasa por transformar este proceso secular, pujando por un futuro en el que nuestros niños y niñas puedan se agentes conscientes de una sociedad verdaderamente humana, un mundo nuevo basado en la cooperación, la tolerancia, la solidaridad y el apoyo mutuo.